¡Feliz Año Nuevo!
El amanecer de un nuevo año brinda la oportunidad de renovar nuestra respuesta colectiva a una amenaza común.
Tengo la esperanza de que los líderes mundiales que tan resueltos se han mostrado a la hora de proteger a sus propias poblaciones exhiban ahora igual empeño en lograr que el mundo entero esté seguro y protegido.
¡Esta pandemia no acabará hasta que lo hagamos!
La semana pasada pedí que cada cual se fijara un buen propósito de Año Nuevo encaminado a secundar la campaña para tener vacunado al 70% de la población de todos los países para mediados de 2022; y para lograr, además de eso, que todos los países puedan disponer de tratamientos punteros y de pruebas de diagnóstico fiables.
Para poner fin a la etapa aguda de la pandemia es preciso que todos los países del mundo, obrando con justicia y rapidez, compartan las herramientas sumamente eficaces que la ciencia nos ha dado.
La inequidad en las vacunas y la inequidad sanitaria en general fueron los mayores fracasos del año pasado.
Mientras algunos países han dispuesto de equipo de protección personal, pruebas y vacunas en cantidades suficientes para crear reservas para toda la pandemia, otros muchos carecen de lo necesario para atender las mínimas necesidades básicas o cumplir modestos objetivos que ningún país rico habría considerado satisfactorios.
La inequidad vacunal es algo que mata a personas, acaba con empleos y torpedea la recuperación económica mundial.
Alfa, beta, delta, gamma y ómicron nos dicen que, debido en parte a las exiguas tasas de vacunación, hemos creado las condiciones perfectas para que aparezcan variantes del virus.
La semana pasada se notificó el mayor número de casos de COVID-19 en lo que llevamos de pandemia.
Y además sabemos con certeza que este número está por debajo de la realidad, porque las cifras notificadas no tienen en cuenta el retraso acumulado en las pruebas durante las vacaciones, el número de autopruebas positivas no registradas y la congestión de los sistemas de vigilancia, que lleva a pasar por alto un cierto número de casos en todo el mundo.
Aunque la variante ómicron parece revestir menos gravedad que la delta, sobre todo en personas vacunadas, ello no significa que deba ser catalogada de «leve».
Al igual que ha ocurrido con las variantes anteriores, hay gente que acaba en el hospital y hay personas que mueren a causa de la variante ómicron.
De hecho, la avalancha de casos es tan rápida y desmesurada que está arrollando a los sistemas de salud en todo el mundo.
Los hospitales están cada vez más saturados y faltos de personal, lo que a su vez provoca muertes prevenibles no solo por COVID-19, sino también por otras dolencias y lesiones cuando no se puede atender a tiempo a los pacientes.
Las vacunas de primera generación quizá no atajen todas las infecciones ni detengan la transmisión, pero siguen siendo muy eficaces para reducir las hospitalizaciones y la mortalidad por este virus.
Por lo tanto, además de la vacunación, para limitar la transmisión también son importantes las medidas sociales de salud pública como el uso de mascarillas bien ajustadas, el distanciamiento físico, evitar aglomeraciones, ventilar mejor los espacios e invertir en sistemas de ventilación.
Si la administración de vacunas prosiguiera al ritmo actual, hay 109 países que no podrían tener completamente vacunado al 70% de su población para principios de julio de 2022.
La quintaesencia de la disparidad reside en el hecho de que algunos países estén dando pasos para vacunar por cuarta vez a sus ciudadanos mientras otros ni siquiera han contado con un suministro regular suficiente para vacunar a sus trabajadores sanitarios y a las personas expuestas a mayor riesgo.
La administración de una dosis de recuerdo tras otra en unos pocos países no pondrá fin a la pandemia mientras miles de millones sigan estando completamente desprotegidos.
Pero podemos y debemos dar un vuelco a la situación. A corto plazo, podemos poner fin a la etapa aguda de esta pandemia mientras nos preparamos para las que estén por venir.
En primer lugar, debemos compartir eficazmente las vacunas que se están produciendo.
Durante buena parte de 2021 no fue este el caso, pero hacia finales de año el suministró aumentó.
Ahora es crucial que los fabricantes y los países donantes de dosis comuniquen con antelación los plazos de entrega, de modo que los países puedan prepararse debidamente para desplegar las vacunas con eficacia.
En segundo lugar, adoptemos la idea de que «nunca más suceda lo mismo» como lema de la preparación para pandemias y la fabricación de vacunas, de tal modo que, en cuanto la próxima generación de vacunas anticovídicas esté disponible, su producción sea equitativa y los países no tengan que mendigar para procurarse recursos escasos.
Algunos países han marcado una serie de líneas maestras para que en el futuro se puedan producir con rapidez y distribuir eficazmente grandes cantidades de vacunas y otras herramientas sanitarias de buena calidad. Y a partir de ahí debemos trabajar ahora.
La OMS seguirá invirtiendo en centros de fabricación de vacunas y colaborando con todos y cada uno de los fabricantes que estén dispuestos a compartir conocimientos técnicos, tecnología y licencias.
Me siento esperanzado porque hay vacunas que actualmente están en fase de prueba cuyos creadores ya se han comprometido a renunciar a la patente y a compartir licencia, tecnología y conocimientos.
Esto me recuerda a Jonas Salk, que no patentó su vacuna contra la poliomielitis y, con ello, salvó a millones de niños de la enfermedad.
Invirtamos y trabajemos también en la construcción de los sistemas de salud y de salud pública que necesitamos, con sólidos mecanismos de vigilancia y de realización de pruebas, con una dotación más robusta, respaldada y protegida de personal sanitario y con una población mundial responsabilizada, comprometida y capacitada.
Por último, exhorto a los ciudadanos del mundo, y en particular a entidades de la sociedad civil, científicos, directivos de empresa, economistas y docentes, a que exijan de los gobiernos y las farmacéuticas que compartan herramientas sanitarias a escala mundial y pongan fin a la estela de muerte y destrucción de esta pandemia.
Necesitamos equidad en las vacunas, equidad en los tratamientos, equidad en las pruebas y equidad en la salud. Y necesitamos vuestra voz para impulsar este cambio.
Equidad, equidad, equidad.
En ningún lugar este mensaje de equidad es más cierto que en los países o regiones que sufren crisis humanitarias o en las zonas de conflicto.
Combatir la pandemia, al igual que mantener en pie los servicios de salud, resulta sumamente arduo en tales lugares.
El primer e indispensable requisito para poder realizar intervenciones vitales es el acceso humanitario.
En cada crisis humanitaria estamos presentes sobre el terreno. Y siempre hemos encontrado la forma de hacer llegar ayuda y suministros a las poblaciones.
Valga como ejemplo el Afganistán, donde hasta hace poco más de tres cuartas partes de los centros de salud declaraban haber agotado las existencias de medicamentos esenciales y no tener la seguridad de poder mantener en sus puestos al personal de salud.
Pero a partir de diciembre, más de 2 300 centros de salud habían recibido nuevos suministros y 25 000 trabajadores sanitarios habían cobrado, lo que garantizaba el funcionamiento del 96% del sistema de salud gracias a un esfuerzo concertado de la OMS y el UNICEF.
En Etiopía, la OMS pudo enviar en diciembre 14 toneladas métricas de suministros médicos a Afar y 70 toneladas métricas a Amhara.
Desde mediados de julio del año pasado, y pese a las reiteradas peticiones que ha cursado, la OMS no ha tenido autorización para hacer llegar suministros médicos a Tigré y ayudar así a cubrir algunas de las necesidades humanitarias y sanitarias de la zona.
En Siria, Sudán del Sur, Yemen y otros lugares, incluso en las fases más duras de los conflictos, la OMS y sus asociados han gozado de acceso para poder salvar vidas.
En Tigré, sin embargo, hay un bloqueo de facto que está privando a la población de suministros humanitarios, o dicho de otro modo, que está matando a personas.
Al comienzo me he referido al Año Nuevo como un buen momento para renovarse.
Insto a todos los dirigentes y a las principales partes en conflicto a que recuerden que los héroes que pasan a la historia son aquellos que obran por la paz.
Necesitamos salud para la paz y paz para la salud.
Para generar confianza y salvar vidas, un buen punto de partida es garantizar la apertura de corredores humanitarios y sanitarios en todas las zonas de conflicto, de modo que los organismos internacionales y grupos de la sociedad civil puedan hacer lo que mejor saben hacer: salvar vidas.
Y a cuantos celebran mañana la Navidad ortodoxa, les deseo un hogar rebosante de paz, felicidad y buena salud.
Margaret, le devuelvo la palabra.