La mayoría de islas pequeñas tienen ya una elevada carga de enfermedades sensibles al clima, entre ellas enfermedades transmitidas por vectores, alimentos y el agua, como el paludismo, el dengue y las enfermedades diarreicas.
Los efectos del cambio climático (como el aumento de las temperaturas medias, de la frecuencia y gravedad de los fenómenos meteorológicos extremos y del nivel del mar) exacerbarán esta carga de morbilidad con un previsible aumento de las enfermedades y muertes, además de poner en peligro el acceso a suministros de alimentos inocuos y al agua potable y el saneamiento.

El aumento del nivel del mar está poniendo en peligro el acceso a la tierra en las zonas costeras, especialmente en islas de baja altitud. Los terrenos empleados para la agricultura ya no serán utilizables, ya que el agua salada contamina el suelo y las fuentes de agua dulce. Las personas se ven obligadas a migrar al interior de la isla, lo que provoca problemas sanitarios como el aumento de las enfermedades infecciosas y los problemas de salud mental. En Kiribati, el aumento previsto del nivel del mar y de los fenómenos meteorológicos extremos amenaza la existencia de este país de baja altitud constituido por 33 atolones e islas de arrecifes de coral.

El aumento de las temperaturas y otros efectos del cambio climático propician la aparición de lugares de cría para los insectos portadores de enfermedades. Los mosquitos, que propagan enfermedades como el paludismo, el dengue y el zika, son especialmente sensibles a los cambios de temperatura y humedad. En virtud del Acuerdo de París de 2015, los países han acordado tomar medidas para limitar el calentamiento mundial a 2 °C.

Los niños menores de cinco años son los que corren más riesgo de contraer enfermedades sensibles al clima como el paludismo y las enfermedades diarreicas. Los servicios de salud, ya de por sí sobrecargados, necesitarán recursos adicionales para hacer frente al aumento de la demanda.

Se han de reforzar los hospitales y centros de salud para que puedan soportar tormentas fuertes, olas de calor y fenómenos meteorológicos extremos y, de este modo, seguir prestando servicios sanitarios urgentes antes, durante y después de desastres.

Los sistemas de vigilancia de enfermedades mediante alerta temprana, los cuales pueden detectar de manera efectiva los brotes de enfermedades, son esenciales para facilitar una respuesta rápida, como la realización de campañas de vacunación preventivas y la distribución anticipada de suministros médicos.

Las inundaciones y sequías afectan al acceso al agua potable. Pueden provocar un aumento de las enfermedades y muertes por enfermedades transmisibles por el agua, como las enfermedades diarreicas.

Las inundaciones contaminan las fuentes de agua dulce, aumentan el riesgo de enfermedades transmitidas por el agua y propician la aparición de criaderos para insectos portadores de enfermedades como los mosquitos. También provocan ahogamientos y lesiones físicas, daños a viviendas e interrupciones del suministro de servicios médicos y sanitarios.

La contaminación del aire mata a más de 6,5 millones de personas al año en todo el mundo. Los países que tomen medidas para mitigar el cambio climático, como reducir la contaminación provocada por la quema de combustibles fósiles, verán un impacto inmediato en la salud y ayudarán a reducir el calentamiento mundial que está poniendo en peligro a los pequeños Estados insulares.

La esperanza de vida de un niño que nazca hoy puede prolongarse hasta el próximo siglo. Si se adoptan medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y aumentar la resiliencia sanitaria podemos asegurarnos de que estos niños tengan un futuro saludable.