Gracias a un programa nacional de inmunización sumamente eficaz, la mayoría de los progenitores brasileños pueden estar seguros de que sus hijos recibirán las vacunas que precisan, en el momento indicado, y que pueden salvar vidas.
La cobertura de vacunación sistemática en el país es, por término medio, de más del 95% para la mayoría de las vacunas del calendario anual de inmunización infantil, un porcentaje que se sitúa por encima de la cobertura mínima del 90% recomendada por la OMS.
La mayor parte de las vacunas son producidas por fabricantes locales y administradas gratuitamente en más de 36 000 centros de atención de salud públicos repartidos por todo el país. Cada año, el país administra más de 300 millones de dosis de vacunas. Recientemente, intensificó sus esfuerzos de inmunización contra el brote de fiebre amarilla, con más de 27 millones de dosis de vacunas adicionales.
Aun así, es difícil llegar a algunas poblaciones. Uno de los mayores retos a los que se enfrenta el Brasil es el de proporcionar servicios de atención de salud y suministros médicos esenciales a las comunidades remotas que viven en plena selva amazónica, donde las carreteras son casi inexistentes y los equipos médicos tienen que realizar un largo viaje en barca para llegar hasta ellas.
Este reportaje fotográfico describe el largo viaje que realizan las vacunas desde que salen de un almacén de Río de Janeiro hasta que llegan a las comunidades indígenas que viven en aldeas remotas de la selva en el estado de Amazonas.

El Centro Nacional de Almacenamiento y Distribución de Inmunobiológicos (CENADI) de Río de Janeiro distribuye las vacunas en todo el país. Además de llevar un control de las existencias, este organismo se encarga de realizar un seguimiento de todas las vacunas adquiridas en el extranjero por el Ministerio de Salud. También distribuye kits de diagnóstico del sarampión, la rubéola y el VIH, así como plaguicidas para combatir enfermedades como el dengue.

El CENADI cuenta con aproximadamente 150 empleados, entre ellos técnicos que se encargan del almacenamiento, la manipulación y el acondicionamiento de las vacunas. Dado que muchas vacunas se tienen que conservar a baja temperatura, estos trabajadores se aseguran de que se guarden en cámaras frías con temperaturas que oscilan entre 2-8 °C y -20 °C y, seguidamente, se coloquen en cajas térmicas con hielo carbónico para su distribución.

Una vez colocadas en cajas térmicas, estas son enviadas por avión desde Río de Janeiro y transportadas por carretera hasta un puerto de Manaus para cargarlas en una barca, desde donde emprenderán una travesía fluvial de 30 horas de duración o un viaje aéreo de 2 horas de duración hasta São Gabriel da Cachoeira, en el estado Amazonas. En ese momento, las vacunas habrán recorrido unos 2000 kilómetros.

Al llegar las vacunas, estas se guardan en refrigeradores y vuelven a distribuirse a las aldeas cercanas. Bruna Araújo (que en la foto aparece a la izquierda), una enfermera de los equipos de salud que atienden a las comunidades indígenas, prepara algunas neveras y termómetros y comprueba meticulosamente las cantidades, la temperatura y el acondicionamiento de las vacunas antes de emprender la segunda parte del viaje.

A continuación, Bruna atraviesa con las cajas térmicas el mercado local de la ciudad de Tabatinga hasta llegar al río Solimões, desde donde viajará en barca hasta Belém do Solimões, la aldea indígena más grande del Amazonas, con una población de más de 6000 habitantes. Desde allí, iniciará 20 días de trabajo ininterrumpido en esa zona, donde ayudará a vacunar a niños y adultos.
En la cuenca alta del río Solimões, alrededor del 95% de las aldeas indígenas solo resultan accesibles desde el río, y los residentes tienen como único medio de transporte pequeñas canoas. En esta época del año, el río tiene un caudal abundante. «El viaje es complicado todo el año ya que, incluso cuando el río está seco, hay muchas otras dificultades», dice Bruna, que desde hace seis años trabaja para vacunar a la población indígena de esta región.

Después de viajar tres horas en barca, Bruna llega a Belém do Solimões y transporta la caja térmica hasta el centro de salud, situado a 300 metros de la orilla del río, en el que una sala de vacunación se ha equipado con un refrigerador especialmente reservado para las vacunas procedentes de Tabatinga. Las familias esperan no muy lejos de allí para que se les administren las vacunas.

Bruna vacuna hoy a una recién nacida contra la tuberculosis, mientras la madre de la niña, Francisca Moreno Manduca, la amamanta para reconfortarla y aliviar su dolor. Después, se le entrega la cartilla de vacunación para que conserve el historial de su hija.
En todo el centro de vacunación, las vacunas se conservan en cajas térmicas y refrigeradores, controlando en todo momento que la temperatura sea la correcta, y que se apliquen antes de su fecha de caducidad. «Desde que la electricidad llegó a nuestras aldeas, todo funciona mejor», dice Bruna. «Antes de eso, todas las vacunas se almacenaban en cajas térmicas y cada hora se controlaba su temperatura con termómetros».

Cuando los pacientes llegan al dispensario local, una enfermera introduce los datos de su cartilla de vacunación en el sistema informático y se asegura de que se hayan actualizado. A pesar de estos problemas logísticos, el equipo sanitario que atiende a las poblaciones indígenas registra una de las mejores tasas de cobertura de vacunación en el Brasil, habida cuenta de que casi el 95% de la población está al día con su calendario de vacunación.